Fragmentos del libro "Magia y desencanto" de Rubén Aviña de 1997. Entrevista realizada en 1993.
Estrellas de papel, plasmadas en simples fotografías que permanecen ahí, colgadas en la pared, fieles a mis recuerdos. Ninguna estaba al tanto de lo que para mí significaba, de los sueños que me inventaba a costa de ellas, sin pedirles permiso ni autorización. Sueños que, una vez más, entre el agobio del trabajo y la rutina de todos los días, se fueron desmoronando, cuando la magia se fue perdiendo y ya no le encontré mucho chiste que digamos a eso de fabricarte sueños. ¿Para qué? Si esas estrellas, a final de cuentas, llegan, y ya que te sedujeron, luego se van.
Pero en eso se puso de moda Gloria Trevi, a quien había conocido años atrás, en 1985, precisamente cuando Rosy Pérez y yo trabajamos en Verarte Publicidad, con Sergio Andrade. Gloria era una de las Boquitas Pintadas, el grupo que estaba preparando Sergio.
Gloria Trevi entonces tenía apenas unos catorce o quince años. Era una muchachita siempre sonriente, dulce, ocurrente y con un cierto aire de despiste, la misma a la que cinco años después de haberla conocido un día mientras estaba en mi oficina, escuché en la radio, cantando con voz rasposa “Doctor Psiquiatra”, la canción que en cuestión de semanas se colocó en el primer lugar de las listas de popularidad.
Tremendo impacto me llevé cuando, más tarde, la vi en “Siempre en Domingo”. Ya no era la que yo había conocido. Era otra, una muy distinta, con su cabellera leonina, su aspecto agresivo. ¡Hasta su manera de hablar era distinta! Igual que su manera de comportarse. Cuando la vi cantando “Doctor Psiquiatra”, revolcándose en el suelo, con aquellas medias rotas y la ropa tan estrafalaria, todavía desconcertado me pregunté: “¿Será la misma Boquita Pintada que conocí hace cinco años?”.
En medio de una gran polémica que se desató de inmediato (las damas de la Liga de la Decencia se enojaron), el ascenso de Gloria a la fama fue prácticamente inmediato, mientras que medio mundo la criticaba por sus fachas, por revolcarse en el piso, por enseñar los chones, por ser un pésimo ejemplo para la juventud y, sobre todo, para los niños que, sin embargo, estaban fascinados de la vida con tan peculiar y greñudo personaje. En efecto, todos la criticaban y eso significaba que hablaban de ella, que su imagen comenzaba a inundar no sólo las pantallas de televisión, sino también las páginas de los periódicos y las revistas.
En ese entonces, un día, estando en mi oficina, escribiendo a máquina (en la Brother último modelo), recibí una llamada telefónica de Sergio Andrade, de quien seguí siendo amigo después de la breve y desafortunada aventura en Verarte. Sergio, después de haber lanzado a Gloria en Boquitas Pintadas, seguí como su productor y representante en su etapa como controvertida solista. Y bueno, me contó un chisme: que a la muchacha la habían vetado en Televisa, después de su debut en “Siempre en Domingo”. Bueno, el veto no fue precisamente por parte de Televisa, sino por censura de la Secretaría de Gobernación y, claro, porque mucha gente se había quejado. ¿Cómo era posible que una cantante se presentara así en la tele, con ese tipo de ropa tan escandalosa, casi desnuda? Y que aparte se revolcara en el piso, ¡en forma por demás impúdica y hasta ofensiva!
Sin embargo, el supuesto veto sólo le trajo consigo más publicidad, y no llegó a más. Gloria siguió apareciendo en la tele, en todos lados.
EN ESTADO DE SHOCK
Gloria se quería proyectar loca, divertida, ocurrente. Tan ocurrente que, apenas unos meses después de su lanzamiento, convertida en la sensación del momento, en la más controvertida y criticada, se presentó ya con su grupo musical (al que llamó Los Mocos) y su propio show en una discoteque. ¿Qué haría Gloria en el escenario? Algo me habían contado de ese escandaloso espectáculo, pero yo todavía no lo creía.
Fui a esa discoteque, acompañado de una rubia y refinada amiga, Tere (una mujer de lo más propia y nice), a la que, después de rogarle mucho, finalmente convencí para que fuera conmigo. Ni Tere ni yo imaginábamos lo que íbamos a presenciar. Así que cuando comenzaron los primeros y estruendosos acordes rockanroleros, entre humo y un juego de luces, y al poco rato irrumpió sorpresivamente la Trevi en la pista, como vil pantera, con el cabello todo alborotado (desgreñado, para mi gusto), corriendo de un lado a otro, brincoteando como desesperada, ataviada con un mini vestido, ¡casi nos íbamos de espaldas!, a pesar de que ése era apenas el comienzo, el preámbulo de lo que vendría después.
Sí, porque luego, conforme transcurría el show, se dio vuelo con sus insinuantes gestos y movimientos, bañándose con coca cola, revolcándose en el suelo, barriéndolo con sus cabellos, como poseída. Y, luego, rompiendo botellas o ¡desnudando a un chavo en plena pista! Me quedé con el ojo cuadrado, casi en estado de shock, y lo mismo le sucedió a la refinada Tere. No es precisamente que me escandalizara, como estaba escandalizando a otros (aunque la mayoría de los presentes estaban divertidísimos), sino que me tenía impactado, un tipo de impacto diferente: violento, agresivo y grueso, como la Trevi.
Y en eso, cuando vi que se dirigía a la mesa en la que yo me encontraba, el corazón empezó a palpitarme con más fuerza, pero no de emoción, sino de pánico. “¡Aguas, Rubén! ¡Ahí viene esa loca! ¡Derechito a ti!... ¡Algo te va a hacer!”, me dijo Tere con voz temblorosa, con los ojos pelones, igual de espantada y conmocionada con aquella fiera. “¿Qué me irá a hacer Gloria? ¿También me va a mojar con coca-cola? ¿Me va a aventar la mesa? ¿O me va a romper una botella en la cabeza?”, pensé, mientras seguía con la taquicardia y el corazón parecía que se me iba a salir del pecho. Cunado la tuve frente a mí me hice el loco, fingí ignorarla, haciéndome menso. Pero como ella seguía ahí, brincoteando frente a mí, cantándome su “Doctor Psiquiatra”, simplemente le sonreí, pero no de felicidad, sino de nervios, de pavor, esperando que en cualquier momento me rompiera una botella.
Afortunadamente (tan linda ella), no me hizo nada de eso. Simplemente se subió a mi mesa y me bailó, sin importarle que le estuviera viendo los calzones. Luego brincó de la mesa y me dio un fugaz beso.
¡Qué buena onda! ¡Qué privilegio! En vez de mojarme con coca-cola, en vez de jalarme la corbata o despeinarme (como lo había hecho con otros), en vez de aventarme la mesa, ¡me había dado un glorioso beso!, seguramente consciente de que a mí, después de todo, me debía respeto, porque la había conocido desde chiquita. Y, además, sabía que me gustaba más la Gloria tierna y dulce que la escandalosa aquella que conmocionaba a todos. Los tenía embobados. A algunos, en serio, hasta se les caía la baba y ni siquiera pestañeaban. Qué manera tan novedosa y diferente de manejar al público.
Ya al final del show, Tere y yo salimos disparados de ahí, aún impresionados por lo que acabábamos de presenciar. Después de todo, me encantaban sus puntadas, sus ocurrencias, la manera en que se transformaba. Sin darme cuenta, ella también me estaba cautivando, convirtiéndose en mi nueva consentida.
MILAGRO Y DESPEDIDA
Y cuando creí que jamás volvería a verla, un día, la Esquivel (como otra buena hada madina) me concedió un deseo: una entrevista con Gloria. ¡Por fin! ¡Milagro! Pues sí, porque como en ese entonces, en 1993, ya estaba convertida en todo un fenómeno, como te decía, era muy difícil (incluso como periodista), llegar a ella. No te hablo de una simple entrevista de media hora, sino de una charla, sin límite de tiempo, como las que a mí me gustaban, en mi afán de desenmascarar a las estrellas, despojarlas de su disfraz y explorar en su mente, en sus sentimientos.
La cita sería en la casa de la calle de José María Iglesias (en la colonia San Rafael), donde Sergio Andrade tenía sus oficinas. Una caso un tanto descuidada, lúgubre y obscura, alfombrada en café obscuro. Entrabas y lo primero que veías era un patio con cajas, bocinas, aparatos, trebejos y demás. Luego, subías por una escalera (también casi en penumbras) y llegabas a la oficina de la Esquivel, una oficina con escritorios viejos y, eso sí, paredes multicolores, con dibujos y brochazos de la mismísima Gloria Trevi.
Después de unos dos años de no verla, Gloria llegó minutos más tarde, con el cabello escurrido, sin su peinado leonino, sin maquillaje, y vestida normalmente, sonriente, pero con la misma barrera de la que te hablaba antes, esa barrera que, incluso, por momentos me hacía sentirla fría, distante… Sin embargo, cuando encendí mi grabadora, otra vez se transformó y dejó su apariencia de chica común y corriente, para adoptar la apantallante imagen de la Trevi “gruesa”, pura dinamita.
Ya no me contó otra telenovela. Más bien, la charla comenzó con un incidente quele acababa de ocurrir, en el aeropuerto de Los Ángeles, cuando unos oficiales de la aduana quisieron desnudarla.
No sé por qué, pero esos tipos me pidieron que me metiera a un cuartito ¡donde querían que me desnudara para revisarme! ¿Qué? ¿Nada más?... Yo no sé hablar inglés, pero como pude, ahí enfrente de la gente, les dije a esos fulanos que mejor encueraran a su mother, a su sister, a su abuela, y de puro coraje, ¡que me levanto la blusa! Porque si me querían desnudar, ¡pues órale!, pero enfrente de todo el mundo. Entonces sí se asustaron y me dejaron en paz.
¿Y siempre has sido así de aventada, tan arriesgada, tan rebelde? Porque, según recuerdo, Gloria, cuando te conocí tú no eras así.
Bueno, Rubén, es que la vida... Como dicen, la mula no era arisca... Cuando tengo un motivo, cuando creo que tengo la razón, entonces sí, que no me hagan enojar porque no respondo.
¿Y qué es lo que más te hace enojar?
Las mentiras, el abuso.
¿Te han dicho muchas mentiras?
De repente. Más bien, en ocasiones publican mentiras sobre mí, cosas que no he dicho.
Oye Gloria, ¿y por qué te volviste tan gruesa?
Ya te dije que la mula no era arisca...
¿Y qué es lo más grueso que has hecho?
¿Con quién?
Con cualquiera. Tu mayor atrevimiento.
A ver, a ver... es que han sido tantos.
¿No te da miedo, por ejemplo, romper botellas en tu show, bañarte con coca cola o desnudar a un chavo en público?
No.
¿Así nada más? ¿Qué tal si un día te resbalas, caes al piso y te cortas con un pedazo de vidrio?
Soy atrevida, pero no mensa. Siempre me fijo dónde están los pedazos de vidrio. Además, los accidentes ocurren cuando menos lo esperas. No le tengo miedo a muchas cosas porque tengo la conciencia bien tranquila.
¿No tienes pecados?
No. Bueno, tantitos.
A ver, confiésamelos.
Pues el pecado de la gula y... también fornicar.
¿Con quién? Porque no se te conocen galanes.
Con quién se deje... No, no es cierto. Ahorita ando peor que una santa y mártir. Demasiado trabajo, y de lo otro, nada de nada. Con decirte que ¡ya hasta voy a volver a ser virgen!
¿Y no te hace falta desfogue sexual?
Mmm... es que quedo satisfecha en mis shows.
Entonces, cada show es como un acto sexual y el aplauso debe ser como un orgasmo.
¡Ándale! Mira qué ingeniosito me saliste. Pues sí, porque cuando hago un show me entrego, y eso me produce placer. Así es como yo entiendo la palabra orgasmo: quedar satisfecha, plena.
Bueno, ¿pero y el amor? ¿No sientes la necesidad de enamorarte, de que te amen?
Pues no.
No te lo creo. Yo sé que tienes tu corazoncito.
Pues sí, pero... Ay, ¿cómo me preguntas esas cosas? Lo que pasa es que cuando estuve muy enamorada de Alejandro, aquél que ya te platiqué, el ginecólogo, quedé muy ciscada. Él era muy macho, me quería dominar y pues... ¡imagínate que a Gloria Trevi la quieran mangonear!
Pero, y después de ese ginecólogo, ¿no te has encontrado a otro hombre que te guste?
De repente sí, pero no tengo tiempo de ligar porque tengo mucho trabajo.
¿Y cómo ligas, cuando puedes?
Depende de la presa, de la víctima, depende del carácter. Por ejemplo, con un tímido hay que ser más agresiva, más bien directa y también romántica. A un tímido empiezo por jalarle la corbata y luego le beso la mitad del labio.
¿Y con uno más audaz?
Depende qué tan audaz sea. A unos les gusta que seas rápida, pero a otros les gusta más manejar la situación y que te hagas la mensa un buen rato.
¿Y con un macho?
¡Machos, no! No, gracias. Ya me descalabré como a cinco por eso, ¡por machos! A uno de ellos, al primero, porque una vez en un camión se bajó el cierre de su pantalón y me enseñó algo que yo nunca había visto, ¿me entiendes? A mis quince años no había visto una cosa igual, y como yo traía cargada una grabadora, lo agarré con ese aparato y ¡pácatelas!, le di en la cabeza. Es que yo era muy inocente.
¿A los quince años Gloria Trevi todavía era inocente?
Es que era muy chavita, la chavita más tierna que te puedas imaginar. Bueno, tú me conociste a esa edad. Dime si no era muy inocente.
Pues sí, creo que sí.
Todavía a los 16 no sabía nada de nada, ni cómo se dan los besos. Creía que nada más pegabas la boca con la del galán y que así nos quedábamos los dos como pollos, durante media hora.
¿Y qué sentiste cuando te dieron el primero beso?
Ay, con decirte que hasta creí que había perdido la virginidad.
Así habrá estado el beso.
Pues normal, pero fíjate que me sentí ridícula. Honestamente, no me gustó, más bien me asustó, me dio asco. Es que no sabía besar.
¿Y ahora?
Ahora ya, claro.
¿Y qué tipo de besos te gustan más?
Los tiernos, cuando muerdes tantito el labio. Los besos secos. Y ya en otro momento los apasionados, los ardientes.
¿Eres romántica?
Ay, Rubén, ¡como si no me conocieras! Tú mejor que nadie sabes que soy súper romántica, ¡romantiquísima! Y también muy fiel, aunque no parezca.
¿Tú crees que las apariencias engañan?
A veces, como en mi caso.
¿Porque no eres tan gruesa ni reventada como muchos creen?
Más que gruesa o reventada soy apasionada. Cuando hago algo lo hago completo y doy todo, pero cuando no pues no doy nada.
Creo que ya te lo había dicho antes, pero me da la impresión de que detrás del personaje de Gloria Trevi, la gruesa, hay una mujer muy distinta, más tranquila y hasta tímida.
Pues... yo siento que soy la misma siempre. Lo que pasa es que en el escenario me prendo y alcanzo extremos a los que no llego en mi vida normal... la desesperación, la pasión, el éxtasis, el amor. Claro que fuera del escenario no me la paso todo el día arrastrándome por el piso. Cuando me divierto, me divierto, y cuando trabajo, trabajo.
Y amas también.
Sí.
Aunque no tengas a alguien en especial.
Sí, pero no importa porque soy soñadorsísima.
¿Y feliz?
Mmm... no, pero trato.
¿Por qué no eres feliz?
Porque a veces me siento sola. Bueno, ahora menos que antes, porque al menos durante mi show puedo estar con quince mil personas, aunque al final me quede otra vez sola, pero al menos sé que alguien se acuerda de mi después, cuando escucha una canción mía en el radio, cuando me ve en la tele o en una revista. Así ya no estoy tan sola, pero mucha gente que me critica ni se imagina...
¿Qué es lo que esa gente ni se imagina?
Pues eso, que puedo sentirme sola, como cualquiera. Pero eso entiendo a todos aquellos que se quejan de soledad. Yo sé lo que es padecer eso y muchas otras cosas.
¿Qué cosas?
Por ejemplo, la gente no sabe que en ocasiones, mientras estoy en un show, revolcándome en el piso, cantando o brincando, por dentro puedo estar triste y hasta deshecha, sintiéndome muy mal. Por ejemplo, hace unos meses, cuando me presenté en el programa “La movida”, de Verónica Castro, para mí fue muy difícil porque sabía que mi bisabuelita Aurora... ¿te acuerdas que una vez te conté de ella y de mi bisabuelito Luis?
Sí me acuerdo. ¿Qué pasó con tu bisabuelita?
Ah, pues que padecía leucemia y estaba desahuciada, sufriendo unos dolores terribles. Yo lo sabía, pero no quería aceptar que su final estuviera tan cerca. Y bueno, la noche en que me presenté en “La movida” me sentía muy triste, muy mal. Y precisamente ese día, el médico que la atendía, dijo que ya le quedaba poco tiempo de vida y que lo único que podía hacerse era ponerle una inyección para mitigar su dolor, y ella dijo: “Sí, que me pongan un sedante porque ya no aguanto más, pero antes préndanme la tela para ver “La movida” porque ahí va a salir mi nietecita.
Y te vio.
Sí, y como yo lo sabía le dediqué una canción que se llama “Aurora”, como ella. Luego, al otro día, cuando llamé para ver cómo seguía, mi mamá me dijo que cuando terminé de cantar la canción que le dediqué, se quedó dormida y...
Como en otras ocasiones, mientras me contaba sus historias, de nuevo se le quebró la voz y se le salieron las lágrimas. Y a mí otra vez se me hizo un nudo en la garganta. La Esquivel (que también estaba ahí) le dio un pañuelo. Gloria se secó el llanto y prosiguió.
Al poco rato murió, pero yo no lo supe. No quisieron decírmelo. Estaba filmando la película “Pelo suelto” y como la gente que trabaja conmigo ya me conoce prefirieron no darme la mala noticia. Saben que soy muy acelerada y que si me hubiera enterado de que ya estaban velando a mi bisabuelita habría corrida a su lado para sacarla del ataúd. Así que me lo dijeron días más tarde, cuando ya la habían sepultado.
Ya me imagino.
Ha sido una de las experiencias más duras por las que he pasado, porque ella me quiso por encima de todo, al igual que mi bisabuelito Luis, su esposo. Y cuando supe que se había muerto me sentí más sola y triste que nunca. Entonces me pregunté: ¿Y ahora, quién va a rezar por mí?
Y como tenía una presentación ese mismo día, salí a cantar con el corazón destrozado, porque aunque estés deshecha, cuando sales al escenario tienes que sonreír, pero esa vez, la verdad no pude. Me presenté llorando ante el público y le conté lo que me había sucedido. Porque a mis fans yo los siento mis amigos, y te juro que en esa ocasión sentí un consuelo enorme, porque la gente me comprendió y cantó conmigo, me animó bien bonito.
Como dicen, el show tiene que continuar, ¿no?
Pues sí, hay que seguir adelante. A mí me queda el consuelo de saber que, a pesr de todo, de las cosas que dicen de mí, de todo lo que me critican, gracias a mi bisabuelita soy una persona que cree en el amor, a pesar de todo. Porque ella y mi bisabuelito se amaron hasta el último momento. Él se murió antes, pero sé que ahora están juntos para siempre y que algún día yo también voy a estar con ellos.
No hizo falta otra pregunta más. No era necesario. Gloria estaba llorando de nuevo y esas lágrimas, de alguna manera, me hicieron sentir que, quizás como nunca antes, la había tenido cerca de mí, a mi alcance.
Además, la Esquvel decidió que se rompiera el encanto. Me hizo señas para que cortara la entrevista. La Trevi tenía que cumplir con otros compromisos. Y en el momento en que apreté el botón de stop de mi grabadora fue como si también le apretara el stop a Gloria. Me dio las gracias y un beso de despedida. Sí, de despedida, porque ya nunca volví a verla.
Ya no fue como en los viejos tiempos. La charla duró apenas una media hora. Gloria tenía otro compromiso y salió de la oficina de la Esquivel. A partir de entonces, como antes, no me quedó más remedio que seguirla a lo lejos, enterándome de sus hazañas, logros y escándalos pro medio de boletines de prensa, periódicos y otras revistas.
Estrellas de papel, plasmadas en simples fotografías que permanecen ahí, colgadas en la pared, fieles a mis recuerdos. Ninguna estaba al tanto de lo que para mí significaba, de los sueños que me inventaba a costa de ellas, sin pedirles permiso ni autorización. Sueños que, una vez más, entre el agobio del trabajo y la rutina de todos los días, se fueron desmoronando, cuando la magia se fue perdiendo y ya no le encontré mucho chiste que digamos a eso de fabricarte sueños. ¿Para qué? Si esas estrellas, a final de cuentas, llegan, y ya que te sedujeron, luego se van.
Pero en eso se puso de moda Gloria Trevi, a quien había conocido años atrás, en 1985, precisamente cuando Rosy Pérez y yo trabajamos en Verarte Publicidad, con Sergio Andrade. Gloria era una de las Boquitas Pintadas, el grupo que estaba preparando Sergio.
Gloria Trevi entonces tenía apenas unos catorce o quince años. Era una muchachita siempre sonriente, dulce, ocurrente y con un cierto aire de despiste, la misma a la que cinco años después de haberla conocido un día mientras estaba en mi oficina, escuché en la radio, cantando con voz rasposa “Doctor Psiquiatra”, la canción que en cuestión de semanas se colocó en el primer lugar de las listas de popularidad.
Tremendo impacto me llevé cuando, más tarde, la vi en “Siempre en Domingo”. Ya no era la que yo había conocido. Era otra, una muy distinta, con su cabellera leonina, su aspecto agresivo. ¡Hasta su manera de hablar era distinta! Igual que su manera de comportarse. Cuando la vi cantando “Doctor Psiquiatra”, revolcándose en el suelo, con aquellas medias rotas y la ropa tan estrafalaria, todavía desconcertado me pregunté: “¿Será la misma Boquita Pintada que conocí hace cinco años?”.
En medio de una gran polémica que se desató de inmediato (las damas de la Liga de la Decencia se enojaron), el ascenso de Gloria a la fama fue prácticamente inmediato, mientras que medio mundo la criticaba por sus fachas, por revolcarse en el piso, por enseñar los chones, por ser un pésimo ejemplo para la juventud y, sobre todo, para los niños que, sin embargo, estaban fascinados de la vida con tan peculiar y greñudo personaje. En efecto, todos la criticaban y eso significaba que hablaban de ella, que su imagen comenzaba a inundar no sólo las pantallas de televisión, sino también las páginas de los periódicos y las revistas.
En ese entonces, un día, estando en mi oficina, escribiendo a máquina (en la Brother último modelo), recibí una llamada telefónica de Sergio Andrade, de quien seguí siendo amigo después de la breve y desafortunada aventura en Verarte. Sergio, después de haber lanzado a Gloria en Boquitas Pintadas, seguí como su productor y representante en su etapa como controvertida solista. Y bueno, me contó un chisme: que a la muchacha la habían vetado en Televisa, después de su debut en “Siempre en Domingo”. Bueno, el veto no fue precisamente por parte de Televisa, sino por censura de la Secretaría de Gobernación y, claro, porque mucha gente se había quejado. ¿Cómo era posible que una cantante se presentara así en la tele, con ese tipo de ropa tan escandalosa, casi desnuda? Y que aparte se revolcara en el piso, ¡en forma por demás impúdica y hasta ofensiva!
Sin embargo, el supuesto veto sólo le trajo consigo más publicidad, y no llegó a más. Gloria siguió apareciendo en la tele, en todos lados.
EN ESTADO DE SHOCK
Gloria se quería proyectar loca, divertida, ocurrente. Tan ocurrente que, apenas unos meses después de su lanzamiento, convertida en la sensación del momento, en la más controvertida y criticada, se presentó ya con su grupo musical (al que llamó Los Mocos) y su propio show en una discoteque. ¿Qué haría Gloria en el escenario? Algo me habían contado de ese escandaloso espectáculo, pero yo todavía no lo creía.
Fui a esa discoteque, acompañado de una rubia y refinada amiga, Tere (una mujer de lo más propia y nice), a la que, después de rogarle mucho, finalmente convencí para que fuera conmigo. Ni Tere ni yo imaginábamos lo que íbamos a presenciar. Así que cuando comenzaron los primeros y estruendosos acordes rockanroleros, entre humo y un juego de luces, y al poco rato irrumpió sorpresivamente la Trevi en la pista, como vil pantera, con el cabello todo alborotado (desgreñado, para mi gusto), corriendo de un lado a otro, brincoteando como desesperada, ataviada con un mini vestido, ¡casi nos íbamos de espaldas!, a pesar de que ése era apenas el comienzo, el preámbulo de lo que vendría después.
Sí, porque luego, conforme transcurría el show, se dio vuelo con sus insinuantes gestos y movimientos, bañándose con coca cola, revolcándose en el suelo, barriéndolo con sus cabellos, como poseída. Y, luego, rompiendo botellas o ¡desnudando a un chavo en plena pista! Me quedé con el ojo cuadrado, casi en estado de shock, y lo mismo le sucedió a la refinada Tere. No es precisamente que me escandalizara, como estaba escandalizando a otros (aunque la mayoría de los presentes estaban divertidísimos), sino que me tenía impactado, un tipo de impacto diferente: violento, agresivo y grueso, como la Trevi.
Y en eso, cuando vi que se dirigía a la mesa en la que yo me encontraba, el corazón empezó a palpitarme con más fuerza, pero no de emoción, sino de pánico. “¡Aguas, Rubén! ¡Ahí viene esa loca! ¡Derechito a ti!... ¡Algo te va a hacer!”, me dijo Tere con voz temblorosa, con los ojos pelones, igual de espantada y conmocionada con aquella fiera. “¿Qué me irá a hacer Gloria? ¿También me va a mojar con coca-cola? ¿Me va a aventar la mesa? ¿O me va a romper una botella en la cabeza?”, pensé, mientras seguía con la taquicardia y el corazón parecía que se me iba a salir del pecho. Cunado la tuve frente a mí me hice el loco, fingí ignorarla, haciéndome menso. Pero como ella seguía ahí, brincoteando frente a mí, cantándome su “Doctor Psiquiatra”, simplemente le sonreí, pero no de felicidad, sino de nervios, de pavor, esperando que en cualquier momento me rompiera una botella.
Afortunadamente (tan linda ella), no me hizo nada de eso. Simplemente se subió a mi mesa y me bailó, sin importarle que le estuviera viendo los calzones. Luego brincó de la mesa y me dio un fugaz beso.
¡Qué buena onda! ¡Qué privilegio! En vez de mojarme con coca-cola, en vez de jalarme la corbata o despeinarme (como lo había hecho con otros), en vez de aventarme la mesa, ¡me había dado un glorioso beso!, seguramente consciente de que a mí, después de todo, me debía respeto, porque la había conocido desde chiquita. Y, además, sabía que me gustaba más la Gloria tierna y dulce que la escandalosa aquella que conmocionaba a todos. Los tenía embobados. A algunos, en serio, hasta se les caía la baba y ni siquiera pestañeaban. Qué manera tan novedosa y diferente de manejar al público.
Ya al final del show, Tere y yo salimos disparados de ahí, aún impresionados por lo que acabábamos de presenciar. Después de todo, me encantaban sus puntadas, sus ocurrencias, la manera en que se transformaba. Sin darme cuenta, ella también me estaba cautivando, convirtiéndose en mi nueva consentida.
MILAGRO Y DESPEDIDA
Y cuando creí que jamás volvería a verla, un día, la Esquivel (como otra buena hada madina) me concedió un deseo: una entrevista con Gloria. ¡Por fin! ¡Milagro! Pues sí, porque como en ese entonces, en 1993, ya estaba convertida en todo un fenómeno, como te decía, era muy difícil (incluso como periodista), llegar a ella. No te hablo de una simple entrevista de media hora, sino de una charla, sin límite de tiempo, como las que a mí me gustaban, en mi afán de desenmascarar a las estrellas, despojarlas de su disfraz y explorar en su mente, en sus sentimientos.
La cita sería en la casa de la calle de José María Iglesias (en la colonia San Rafael), donde Sergio Andrade tenía sus oficinas. Una caso un tanto descuidada, lúgubre y obscura, alfombrada en café obscuro. Entrabas y lo primero que veías era un patio con cajas, bocinas, aparatos, trebejos y demás. Luego, subías por una escalera (también casi en penumbras) y llegabas a la oficina de la Esquivel, una oficina con escritorios viejos y, eso sí, paredes multicolores, con dibujos y brochazos de la mismísima Gloria Trevi.
Después de unos dos años de no verla, Gloria llegó minutos más tarde, con el cabello escurrido, sin su peinado leonino, sin maquillaje, y vestida normalmente, sonriente, pero con la misma barrera de la que te hablaba antes, esa barrera que, incluso, por momentos me hacía sentirla fría, distante… Sin embargo, cuando encendí mi grabadora, otra vez se transformó y dejó su apariencia de chica común y corriente, para adoptar la apantallante imagen de la Trevi “gruesa”, pura dinamita.
Ya no me contó otra telenovela. Más bien, la charla comenzó con un incidente quele acababa de ocurrir, en el aeropuerto de Los Ángeles, cuando unos oficiales de la aduana quisieron desnudarla.
No sé por qué, pero esos tipos me pidieron que me metiera a un cuartito ¡donde querían que me desnudara para revisarme! ¿Qué? ¿Nada más?... Yo no sé hablar inglés, pero como pude, ahí enfrente de la gente, les dije a esos fulanos que mejor encueraran a su mother, a su sister, a su abuela, y de puro coraje, ¡que me levanto la blusa! Porque si me querían desnudar, ¡pues órale!, pero enfrente de todo el mundo. Entonces sí se asustaron y me dejaron en paz.
¿Y siempre has sido así de aventada, tan arriesgada, tan rebelde? Porque, según recuerdo, Gloria, cuando te conocí tú no eras así.
Bueno, Rubén, es que la vida... Como dicen, la mula no era arisca... Cuando tengo un motivo, cuando creo que tengo la razón, entonces sí, que no me hagan enojar porque no respondo.
¿Y qué es lo que más te hace enojar?
Las mentiras, el abuso.
¿Te han dicho muchas mentiras?
De repente. Más bien, en ocasiones publican mentiras sobre mí, cosas que no he dicho.
Oye Gloria, ¿y por qué te volviste tan gruesa?
Ya te dije que la mula no era arisca...
¿Y qué es lo más grueso que has hecho?
¿Con quién?
Con cualquiera. Tu mayor atrevimiento.
A ver, a ver... es que han sido tantos.
¿No te da miedo, por ejemplo, romper botellas en tu show, bañarte con coca cola o desnudar a un chavo en público?
No.
¿Así nada más? ¿Qué tal si un día te resbalas, caes al piso y te cortas con un pedazo de vidrio?
Soy atrevida, pero no mensa. Siempre me fijo dónde están los pedazos de vidrio. Además, los accidentes ocurren cuando menos lo esperas. No le tengo miedo a muchas cosas porque tengo la conciencia bien tranquila.
¿No tienes pecados?
No. Bueno, tantitos.
A ver, confiésamelos.
Pues el pecado de la gula y... también fornicar.
¿Con quién? Porque no se te conocen galanes.
Con quién se deje... No, no es cierto. Ahorita ando peor que una santa y mártir. Demasiado trabajo, y de lo otro, nada de nada. Con decirte que ¡ya hasta voy a volver a ser virgen!
¿Y no te hace falta desfogue sexual?
Mmm... es que quedo satisfecha en mis shows.
Entonces, cada show es como un acto sexual y el aplauso debe ser como un orgasmo.
¡Ándale! Mira qué ingeniosito me saliste. Pues sí, porque cuando hago un show me entrego, y eso me produce placer. Así es como yo entiendo la palabra orgasmo: quedar satisfecha, plena.
Bueno, ¿pero y el amor? ¿No sientes la necesidad de enamorarte, de que te amen?
Pues no.
No te lo creo. Yo sé que tienes tu corazoncito.
Pues sí, pero... Ay, ¿cómo me preguntas esas cosas? Lo que pasa es que cuando estuve muy enamorada de Alejandro, aquél que ya te platiqué, el ginecólogo, quedé muy ciscada. Él era muy macho, me quería dominar y pues... ¡imagínate que a Gloria Trevi la quieran mangonear!
Pero, y después de ese ginecólogo, ¿no te has encontrado a otro hombre que te guste?
De repente sí, pero no tengo tiempo de ligar porque tengo mucho trabajo.
¿Y cómo ligas, cuando puedes?
Depende de la presa, de la víctima, depende del carácter. Por ejemplo, con un tímido hay que ser más agresiva, más bien directa y también romántica. A un tímido empiezo por jalarle la corbata y luego le beso la mitad del labio.
¿Y con uno más audaz?
Depende qué tan audaz sea. A unos les gusta que seas rápida, pero a otros les gusta más manejar la situación y que te hagas la mensa un buen rato.
¿Y con un macho?
¡Machos, no! No, gracias. Ya me descalabré como a cinco por eso, ¡por machos! A uno de ellos, al primero, porque una vez en un camión se bajó el cierre de su pantalón y me enseñó algo que yo nunca había visto, ¿me entiendes? A mis quince años no había visto una cosa igual, y como yo traía cargada una grabadora, lo agarré con ese aparato y ¡pácatelas!, le di en la cabeza. Es que yo era muy inocente.
¿A los quince años Gloria Trevi todavía era inocente?
Es que era muy chavita, la chavita más tierna que te puedas imaginar. Bueno, tú me conociste a esa edad. Dime si no era muy inocente.
Pues sí, creo que sí.
Todavía a los 16 no sabía nada de nada, ni cómo se dan los besos. Creía que nada más pegabas la boca con la del galán y que así nos quedábamos los dos como pollos, durante media hora.
¿Y qué sentiste cuando te dieron el primero beso?
Ay, con decirte que hasta creí que había perdido la virginidad.
Así habrá estado el beso.
Pues normal, pero fíjate que me sentí ridícula. Honestamente, no me gustó, más bien me asustó, me dio asco. Es que no sabía besar.
¿Y ahora?
Ahora ya, claro.
¿Y qué tipo de besos te gustan más?
Los tiernos, cuando muerdes tantito el labio. Los besos secos. Y ya en otro momento los apasionados, los ardientes.
¿Eres romántica?
Ay, Rubén, ¡como si no me conocieras! Tú mejor que nadie sabes que soy súper romántica, ¡romantiquísima! Y también muy fiel, aunque no parezca.
¿Tú crees que las apariencias engañan?
A veces, como en mi caso.
¿Porque no eres tan gruesa ni reventada como muchos creen?
Más que gruesa o reventada soy apasionada. Cuando hago algo lo hago completo y doy todo, pero cuando no pues no doy nada.
Creo que ya te lo había dicho antes, pero me da la impresión de que detrás del personaje de Gloria Trevi, la gruesa, hay una mujer muy distinta, más tranquila y hasta tímida.
Pues... yo siento que soy la misma siempre. Lo que pasa es que en el escenario me prendo y alcanzo extremos a los que no llego en mi vida normal... la desesperación, la pasión, el éxtasis, el amor. Claro que fuera del escenario no me la paso todo el día arrastrándome por el piso. Cuando me divierto, me divierto, y cuando trabajo, trabajo.
Y amas también.
Sí.
Aunque no tengas a alguien en especial.
Sí, pero no importa porque soy soñadorsísima.
¿Y feliz?
Mmm... no, pero trato.
¿Por qué no eres feliz?
Porque a veces me siento sola. Bueno, ahora menos que antes, porque al menos durante mi show puedo estar con quince mil personas, aunque al final me quede otra vez sola, pero al menos sé que alguien se acuerda de mi después, cuando escucha una canción mía en el radio, cuando me ve en la tele o en una revista. Así ya no estoy tan sola, pero mucha gente que me critica ni se imagina...
¿Qué es lo que esa gente ni se imagina?
Pues eso, que puedo sentirme sola, como cualquiera. Pero eso entiendo a todos aquellos que se quejan de soledad. Yo sé lo que es padecer eso y muchas otras cosas.
¿Qué cosas?
Por ejemplo, la gente no sabe que en ocasiones, mientras estoy en un show, revolcándome en el piso, cantando o brincando, por dentro puedo estar triste y hasta deshecha, sintiéndome muy mal. Por ejemplo, hace unos meses, cuando me presenté en el programa “La movida”, de Verónica Castro, para mí fue muy difícil porque sabía que mi bisabuelita Aurora... ¿te acuerdas que una vez te conté de ella y de mi bisabuelito Luis?
Sí me acuerdo. ¿Qué pasó con tu bisabuelita?
Ah, pues que padecía leucemia y estaba desahuciada, sufriendo unos dolores terribles. Yo lo sabía, pero no quería aceptar que su final estuviera tan cerca. Y bueno, la noche en que me presenté en “La movida” me sentía muy triste, muy mal. Y precisamente ese día, el médico que la atendía, dijo que ya le quedaba poco tiempo de vida y que lo único que podía hacerse era ponerle una inyección para mitigar su dolor, y ella dijo: “Sí, que me pongan un sedante porque ya no aguanto más, pero antes préndanme la tela para ver “La movida” porque ahí va a salir mi nietecita.
Y te vio.
Sí, y como yo lo sabía le dediqué una canción que se llama “Aurora”, como ella. Luego, al otro día, cuando llamé para ver cómo seguía, mi mamá me dijo que cuando terminé de cantar la canción que le dediqué, se quedó dormida y...
Como en otras ocasiones, mientras me contaba sus historias, de nuevo se le quebró la voz y se le salieron las lágrimas. Y a mí otra vez se me hizo un nudo en la garganta. La Esquivel (que también estaba ahí) le dio un pañuelo. Gloria se secó el llanto y prosiguió.
Al poco rato murió, pero yo no lo supe. No quisieron decírmelo. Estaba filmando la película “Pelo suelto” y como la gente que trabaja conmigo ya me conoce prefirieron no darme la mala noticia. Saben que soy muy acelerada y que si me hubiera enterado de que ya estaban velando a mi bisabuelita habría corrida a su lado para sacarla del ataúd. Así que me lo dijeron días más tarde, cuando ya la habían sepultado.
Ya me imagino.
Ha sido una de las experiencias más duras por las que he pasado, porque ella me quiso por encima de todo, al igual que mi bisabuelito Luis, su esposo. Y cuando supe que se había muerto me sentí más sola y triste que nunca. Entonces me pregunté: ¿Y ahora, quién va a rezar por mí?
Y como tenía una presentación ese mismo día, salí a cantar con el corazón destrozado, porque aunque estés deshecha, cuando sales al escenario tienes que sonreír, pero esa vez, la verdad no pude. Me presenté llorando ante el público y le conté lo que me había sucedido. Porque a mis fans yo los siento mis amigos, y te juro que en esa ocasión sentí un consuelo enorme, porque la gente me comprendió y cantó conmigo, me animó bien bonito.
Como dicen, el show tiene que continuar, ¿no?
Pues sí, hay que seguir adelante. A mí me queda el consuelo de saber que, a pesr de todo, de las cosas que dicen de mí, de todo lo que me critican, gracias a mi bisabuelita soy una persona que cree en el amor, a pesar de todo. Porque ella y mi bisabuelito se amaron hasta el último momento. Él se murió antes, pero sé que ahora están juntos para siempre y que algún día yo también voy a estar con ellos.
No hizo falta otra pregunta más. No era necesario. Gloria estaba llorando de nuevo y esas lágrimas, de alguna manera, me hicieron sentir que, quizás como nunca antes, la había tenido cerca de mí, a mi alcance.
Además, la Esquvel decidió que se rompiera el encanto. Me hizo señas para que cortara la entrevista. La Trevi tenía que cumplir con otros compromisos. Y en el momento en que apreté el botón de stop de mi grabadora fue como si también le apretara el stop a Gloria. Me dio las gracias y un beso de despedida. Sí, de despedida, porque ya nunca volví a verla.
Ya no fue como en los viejos tiempos. La charla duró apenas una media hora. Gloria tenía otro compromiso y salió de la oficina de la Esquivel. A partir de entonces, como antes, no me quedó más remedio que seguirla a lo lejos, enterándome de sus hazañas, logros y escándalos pro medio de boletines de prensa, periódicos y otras revistas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario